Utilizamos en este libro el término de ídolos para referirnos a un conjunto de figuras, de diversa morfología y tamaño, documentadas en algunas islas del archipiélago, como Gran Canaria, Lanzarote y Fuerteventura. En otras, como El Hierro, se desconocen por el momento, mientras que en Tenerife y La Gomera los objetos encontrados plantean bastantes problemas. En La Palma, en cambio, se han documentado unos pocos ejemplares, hechos de arcilla, decorados con motivos geométricos, similares a los de las cerámicas, pero de los que no poseemos aún datos muy precisos. De manera que es en Gran Canaria en donde únicamente se conoce un buen número de ellos, superando los trescientos ejemplares, que se dieron a conocer desde el siglo diecinueve, y cuyos hallazgos han seguido produciéndose hasta la actualidad, conformando en el presente un conjunto de gran riqueza y variedad de tipos, principalmente antropomorfos y zoomorfos, de los que, sin duda, la serie de la Cueva Pintada de Gáldar, es la que ha aportado un mayor número. Todos estos descubrimientos diferencian a esta isla del resto del archipiélago, aunque algunas, como Lanzarote y Fuerteventura, poseen también un conjunto de gran interés, pero en número bastante más reducido que los de aquélla isla.
Hemos preferido mantener el término de ídolos, antes que otra denominación, a pesar de tratarse, como es bien sabido, de un nombre proveniente, como tantos otros en Arqueología, de la vieja tradición que en el siglo XIX pusieron de moda los historiadores de la cultura, siguiendo las pautas de los etnólogos, quienes creían que los pueblos primitivos manifestaban sus creencias a través de tales figuraciones, considerándolas objetos de culto vinculados con sus divinidades, y quienes por medio de estos talismanes transmitían sus beneficios a la colectividad. Nos pareció oportuno por ello seguir usando este término, a pesar del carácter peyorativo que sin duda posee, en la creencia de que los lectores se identificarían fácilmente con él.
De estos objetos, que en su mayoría representan figuras antropomorfas y zoomorfas, no contamos con los suficientes datos arqueológicos para explicar la función que desempeñaron en las sociedades canarias antiguas, ni tampoco es muy abundante la información existente sobre ellos en las fuentes documentales. Tradicionalmente han sido asociados a las prácticas rituales y religiosas de los aborígenes canarios, tratando de explicarlos, en la mayoría de las ocasiones, desde ellos mismos, es decir, a partir de lo que representan, sobre todo cuando se trata de esculturas femeninas o masculinas en las que se destaca sus atributos sexuales con un gran realismo; o en su caso, los animales que formarían parte de sus ricas creencias, siempre con la convicción de que una buena manera de valorar los seres animados o inanimados, que se consideran sagrados, es el de representarlos en estas esculturas. De ese modo, los motivos figurados en ellas y la exaltación de sus formas ayudarían a enriquecer el simbolismo de sus atributos, como expresión de sus creencias, pero también de un pensamiento más elaborado que suponemos estrechamente relacionado con sus cosmogonías.
La dificultad para determinar de modo preciso estas manifestaciones culturales proviene, en la mayoría de las ocasiones, del escaso conocimiento de sus creencias, pero sobre todo de su correcta interpretación como hechos materiales, ya que en la mayoría de las ocasiones carecemos de datos sobre el contexto arqueológico en el que aparecieron. Esta carencia y las circunstancias de sus hallazgos no ha favorecido siquiera un acercamiento aproximado sobre su función, ya que un buen número proviene de excavaciones realizadas con dudosa metodología, o lo que es peor, buena parte es resultado de las rebuscas de los coleccionistas, o de hallazgos casuales, aunque algunos han aparecido en el curso de las investigaciones arqueológicas en lugares de habitación, como el del poblado de Los Barros, en Jinámar, el de Gáldar, La Aldea de San Nicolás, en Gran Canaria; y el de Zonzamas en Lanzarote.
La falta de precisión sobre las características de estos hallazgos no permite saber si en todos los casos proceden de un ámbito doméstico, ya fueran casas o cuevas; o asociados a lugares destinados a las actividades económicas, como los silos —en los que se almacenaban los alimentos—, en donde han aparecido algunos; o en las áreas de cultivo; o vinculados al ámbito de la muerte, ya se trate de cuevas, túmulos u otros espacios funerarios. Otro conjunto de gran singularidad lo formarían, sin duda, los espacios sagrados. Para estos casos, el problema es aún más importante si cabe, aunque ya se van definiendo una serie de sitios arqueológicos a los que se les tenía veneración, que han podido interpretarse con funciones cultuales, relacionadas con la celebración de rituales. Sabemos muy poco, en cambio, de otros, como las montañas, árboles, bosques, o sus entornos; o las aguas, u otras zonas de la naturaleza que también fueron objeto de sacralización por estas sociedades, en las que es de suponer los ídolos cumplirían alguna función destacada.
El desconocimiento en muchas islas de sus principios cosmogónicos, o de las creencias más singulares de sus manifestaciones religiosas, no nos permite añadir muchas más cosas, como sucede con algunos hallazgos que entran dentro de la categoría de casuales, o sin contexto arqueológico, que de seguro debieron tener una función similar a la de los escondrijos —lugares en los que se depositaron objetos cuidadosamente ocultados—, y a los que se les puede incluir dentro de la categoría de depósitos rituales, al considerarlos asociados a sus manifestaciones religiosas, aunque en la mayoría de las ocasiones no alcancemos a comprenderlos en su integridad.
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Ídolo antropomorfo sedente de Jinámar (Gran Canaria). |
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Otro conjunto de datos proviene de las referencias contenidas en las fuentes etnohistóricas que, aun tratándose de información de gran interés, no siempre aportan toda la documentación deseada, sin que por ello haya de ser desdeñada, sino bien al contrario, sometida a análisis crítico en el marco de su pensamiento religioso y sobre todo en el contexto de su sistema social, político y económico.
Los datos relativos a los ídolos entre los aborígenes canarios aparecen desde bien pronto en estas fuentes, ya que desde mediados del siglo XIV (1341) se alude a ellos en la primera descripción de época medieval sobre las Islas Canarias. Se trata de la Relación que transcribió Bocaccio de la expedición que el rey Alfonso IV de Portugal encomendó en el año citado al genovés Nicoloso da Recco y al florentino Angelino Corbizzi. En ella se menciona la existencia de estatuillas en Gran Canaria, dando cuenta de que vieron una que se encontraba en una capilla o templo sin pintura ni ornamentos; tan sólo una estatua esculpida en piedra; que representaba a un hombre con una bola en la mano; este ídolo estaba desnudo, y traía una especie de delantal de hojas de palma que le cubría sus vergüenzas 69. Como se ve, es la representación de un hombre, parcialmente vestido con una indumentaria de hojas de palmera, que recordaría al tamarco, tan característico de los canarios. Igualmente en la Memoria de los Reyes Católicos, debida a Andrés Bernáldez, el cura de Los Palacios, cuando describe las conquistas de Gran Canaria, Tenerife y La Palma, refiere que en la primera isla había una casa de oración.
[…] llamada Atorina e tenían allí una imagen de palo tan luenga como media lanza, entallada con todos sus miembros de muger, desnuda e con sus miembros de fuera, e delante della una cabra de un madero entallada, con las figuras de hembra que quería concebir, e tras della un cabrón entallado de otro madero, puesto como que quería sobir a engendrar sobre la cabra. Allí derramaban leche y manteca, parece que en ofrenda.
En Gómez Escudero se recoge asimismo una información muy valiosa sobre la cosmogonía de los canarios que creemos puede vincularse con estas figurillas: Muchas i frequentes veses se les aparesía el demonio en forma de perro mui grande i lanudo de noche i de día i en otras varias formas que llamaban Tibicenas. Una información escasa, pero igualmente de interés, figura en la obra del cronista de Indias, Francisco López de Gómara72, quien se refiere a estos objetos entre los canarios, diciendo que adoraban ídolos, cada uno al que quería.
Con relación a las islas de Lanzarote y Fuerteventura, L. Torriani al hablar de las creencias de los majoreros, los habitantes de esta última isla, dice que hacían algunas celebraciones ante un ídolo de piedra y de forma humana; pero quien fuese, o que clase de Dios, no se tiene de ello ninguna noticia. Y este mismo autor, insiste de modo expreso sobre la existencia de ídolos entre los majos de Lanzarote, cuando refiere que estas gentes
[…] adoraban a un ídolo de forma humana, pero no se sabe quién era. Lo tenían en una casa como templo, donde hacían congregación, la cual estaba rodeada por dos paredes, que entre sí formaban un pasillo, con dos pequeñas puertas, una fuera y la otra en medio; y allí, como en un laberinto, entraban a sacrificar leche y manteca.
A pesar de estas referencias, de indudable valor para una mejor comprensión del pensamiento religioso de los antiguos canarios, existe en estas mismas fuentes algunas contradicciones, ya que mientras en los autores citados se detallan las características de estas figurillas, otros, como el poeta tinerfeño Antonio de Viana, cuando habla de los guanches de Tenerife, dice que Ídolos no creyeron, ni adoraron ni respectaron a los falsos dioses con ritos y viciosas ceremonias; o Abreu Galindo sobre los canarios de Gran Canaria, negando su existencia, seguramente por no reconocerles estas manifestaciones con las que podría ofender a sus descendientes, en una época en que las tradiciones paganas estaban mal vistas en las dos sociedades, así como perseguidas por la Inquisición; o simplemente porque no tuvo constancia de ellas, o por otras muchas razones que no alcanzamos a comprender. Es de suponer, como para el caso citado de Tenerife, que la concepción de la tradición judeo-cristiana sobre ídolos no fue necesariamente la misma que la de los guanches, y por tanto resultaba difícil entender lo que para una y otra sociedad podía ser considerado objeto pecaminoso, tal y como lo expresaba el poeta Viana. Cuando en el siglo XIX una serie de antropólogos, etnógrafos e historiadores comienzan a dar cuenta de los primeros hallazgos arqueológicos de las Islas Canarias, se conocen y se confirman los datos aportados por las fuentes literarias con los de las primeras noticias sobre ídolos que fueron divulgadas por S. Berthelot en su obra Antigüedades Canarias de 1879, quien se refiere a ellos del modo siguiente:
Mencionamos igualmente un amuleto o pequeño ídolo de tierra cocida, rojizo, en parte roto, que recuerda un poco el estilo egipcio. Está adornado con una especie de manto que envuelve el cuerpo y se extiende por detrás, presentando también dibujos dispuestos en línea regulares en el sentido horizontal. Sobre su parte posterior, un cuerpo globoso presenta un gigantesco falo que surge en relieve redondeado (...) El pequeño ídolo que ha dado motivo a esta narración ha sido sacado de una gran cueva de gran canaria, que según la descripción del explorador, sería la del Barranco de Valerón o de las Harimaguadas (…) Llamaremos también la atención sobre un fragmento de alfarería tosca, extraído de una cueva de Gran Canaria, que nos parece haber formado parte de una vasija, del que sería el asa, al final de la cual ha querido imitarse la cabeza de un cerdo.
De las distintas buscas y rebuscas que se llevaron a cabo en Gran Canaria durante el siglo XIX, con objeto de enriquecer las colecciones del por entonces recién creado Museo Canario, se hallan las de Víctor Grau Bassas y las del antropólogo René Verneau, que por esos años del final de aquélla centuria, se encontraba estudiando los restos antropológicos y etnológicos de las culturas aborígenes del archipiélago, siendo Tirajana, en el Sur de Gran Canaria, una de las zonas más prospectada, en donde se localizarían dos ídolos de barro, de los que el propio Verneau se llevó uno a París. Se trata del conocido Ídolo de la Fortaleza, encontrado en una cueva:
En La Fortaleza he tenido la suerte de encontrar, al lado del almogarén, en una cueva que nadie había podido alcanzar, un ídolo muy parecido (al de Maffiote), pero más completo. En efecto, tiene el torso y dos senos bastante voluminosos que no dejan dudas sobre su sexo: se trata de una divinidad femenina. Está situado sobre un pie que le permite sostenerse en posición vertical. En la misma cueva recogí fragmentos de otra estatuilla análoga.
G. Chil, por su parte, se refiere a un ídolo que envió a la Exposición Universal de París, aunque por esas fechas en las que escribe, en el último tercio del siglo XIX, dudaba aún de la presencia de estas figurillas entre los antiguos canarios.
* TEJERA GASPAR, A. y JIMÉNEZ GONZÁLEZ J.J. (2008) Segunda parte: Arte, Religión y Mitología en la Era Prehispánica (119-123); en TEJERA GASPAR, A., JIMÉNEZ GONZÁLEZ, J. J. y ALLEN HERNÁNDEZ, J. 2008: Las manifestaciones artísticas prehispánicas y su huella. Santa Cruz de Tenerife-Las Palmas de Gran Canaria, Viceconsejería de Cultura y Deportes del Gobierno de Canarias.
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