A través de las fuentes  documentales, hemos podido recoger hasta ahora una impresión general –un poco  vaga, es cierto– acerca de los gustos y prácticas musicales de los antiguos  isleños. La información disponible no es muy abundante ni detallada, por lo que  resulta muy difícil concretar todos los ingredientes nativos y su grado de  continuidad o de fusión con las manifestaciones llegadas a partir de la  colonización europea. Un aspecto aún menos claro por cuanto la cultura  andalusí, que floreció en la península ibérica durante los siglos VIII al XV,  aportó al mundo romano-visigótico un componente amazighe norteafricano muy considerable. Esto  significa que, con la Conquista, debieron arribar a Canarias expresiones y  formas culturales en algún caso similares a las que ya existían en el  territorio insular, la extremidad marítima del ámbito amazighe. En ausencia de fuentes antiguas que  garanticen otra cosa, siempre hay que examinar estos temas sin dejar a un lado  ni un posible mestizaje entre elementos isleños y foráneos ni tampoco un  solapamiento. El conocimiento del pasado de las Islas es así de complicado.
  A comienzos del siglo XVII, en  1604 para ser exactos, el médico Anonio de Viana publicó en Sevilla sus Antigüedades  de las Islas Afortunadas, un  célebre poema histórico que, con numerosas concesiones literarias, nos acerca  la vida, costumbres y vicisitudes de esos isleños que eran también sus  antepasados. En el canto IV (páginas 72v y 73r), cuando describe las fiestas de  finales de abril, nos presenta nada menos que a la primera banda que ganó las  páginas de la historia musical del Archipiélago:  
  
    
      
        Resuena  el tono acorde de la musica 
          Los instrumentos son  tres calabaças, 
          secas y algunas  piedrecitas dentro, 
          Con que tocauan dulce  son Canario, 
          Vn tamborin de drago  muy pequeño, 
          Vna flauta de rubia y  hueca caña, 
          Y quatro gaytas de los  verdes tallos 
          Y ñudosos cañutos de  ceuada, 
          Y con la boca vn  estremado musico, 
          Hazia vn ronco son  algo entonado. 
      
    
    Tres maracas, un tambor, una  flauta, cuatro gaitas y un vocalista componían esa precursora agrupación. Quizá  pueda chocar la presencia de las gaitas, pero Viana usa aquí el concepto en su  acepción de ‘flauta larga’ (parecida a la dulzaina o chirimía). Tampoco debiera  sorprender que la imagen ofrecida fuera la típica de las cañas y el odre de  cabra, porque es un instrumento utilizado también entre los pueblos  continentales.
  El poeta lagunero no transmite  nombres nativos, aunque otras fuentes escritas y orales arrojan algún dato al  respecto. Así, para el ‘tambor’ o ‘pandero’ conocemos varias denominaciones,  aunque casi todas van entrando en desuso: en El Hierro, ‘guinso’ (ginzaw)  toma como referencia la ‘forma de arco’ del objeto (lo que emparenta esta voz  con el Sigoñe o ‘capitán’ de los guanches); en Tenerife, su designación, ‘tafuriaste’, atiende más al ‘agujero’ del tambor  (lo cual ha servido también para establecer alguna correspondencia anatómica);  con ‘tajaraste’ (tagharazt),  el arco se cierra y remite a la figura de un ‘aro’ o ‘pandero’; y, además,  aunque no ha quedado con este sentido, el‘gánigo’, en su versión continental, se aplica a  un tambor de origen hausa (una lengua camita, como el líbico-amazighe, muy difundida desde Níger a Sudán).
  Hasta el siglo XIX, la  literatura insular no recoge otro instrumento de percusión muy popular, la chácara (shakar o šakar), habitual también  en el folclore de la península ibérica. Parecida a las castañuelas, se  diferencia de éstas en su mayor tamaño. Sin embargo, el término retuvo en  Tenerife hasta hace poco tiempo su valor primario: ‘pezuña’ (de las reses  vacunas).
  Y aquí termina el recuento de  nombres de objetos. Para representar el papel del cantor y su «ronco  son algo entonado», podríamos  acudir a un vocablo más o menos relacionado y todavía muy vivo: ‘guineo’, ‘sonsonete’ o ‘repetición insistente  del mismo tema en una conversación o de un mismo motivo musical’, enunciado del  que, por cierto, deriva también Guinea, ‘país de los que hablan una lengua  desconocida e incomprensible (para los amazighes)’. Porque de  haber sido la cantante una mujer, Aniagua (esposa de Guadarfía) oHañagua (esposa de Benchomo) hubieran  proporcionado otra ‘melodía’, que eso significa este nombre.
  Por último, no sería justo  dejar fuera de esta nómina de artistas a Rucadén, el ‘bailarín’ o ‘danzante (que golpea  el suelo con el pie)’, alistado entre los guerreros de Benchomo (según nos  informa el mismo Viana). E incluso a la pequeña Mati, una niña de 7 años vendida  (15-XII-1495) en el mercado esclavista de Valencia, que, de manera un tanto  ‘errática’ y ‘revoltosa’, parecía apuntar cualidades de danzarina.
Reyes García. I. Dulce son canario. Rev. Mundo Guanche.