| MALAQUITA El gemido de la hembra regocijada en el camastro,  desgreñada y maltrecha, oliendo a orín el cuarto, con una mecedora algo coja y  despintada de testigo, desarrolla en su joven atacante una nueva reposición de  energías recónditas. La abuela, dolorida y satisfecha lo abraza maternalmente y  lo invita lasciva a continuar. Una risa entrecortada de extenuación, alegría de  victoria y tácito acuerdo, los envuelve en un frenesí entre mantas, sábanas con  geografía de semental, colchas de indestructibles elefantes asiáticos,  turbantes y samovares humeantes de los que chupan krisnas de fucsia mirada.         [De Malaquita] |